El aguacate
Se trataba de
plantar el aguacate, un arbolito que apenas alcanzaba un metro de altura en un
rincón del jardín, junto a la huerta. Lo había traído de Madrid donde mi madre
a partir del hueso de un fruto consumido había conseguido que germinara y
alcanzara el porte para trasplantarlo a la tierra.
Todo comienza ahí,
en la tierra de la que nos hemos ido apartando en aras de encontrar el maná de
una ocupación en las muchas oficinas de las grandes ciudades. Una tarea que no
nos manchara las manos y la frente de sudor, lejos del olor de los animales que
durante tantos siglos nos acompañaron y nos dieron de comer.
Un trabajo sujeto a
unos horarios rígidos, tan distintos de aquellos que gobiernan en el campo, por
un salario menguante. Unas relaciones humanas superficiales, que inducen a la
desconfianza y acaban confinando a las personas a una soledad mucho mas austera
de la que impera en los pueblos, nos hicieron olvidar lo que es la libertad y
el gozo de la naturaleza en comunidades a la medida de nuestros sueños menos
ambiciosos pero mas reales.
La política de acoso
y derribo del PP está alejando de los pueblos pequeños muchos servicios
sociales, colegios, ambulatorios, alcaldes, etc. de forma que están fomentando
que la gente se vaya a las ciudades. El ámbito rural no es rentable para los
oligarcas de la función pública.
Sin embargo ahora
que el desempleo aprieta y las necesidades son difíciles de colmar, los pueblos
son la alternativa, donde la vida tiene otra cadencia y es mas barato vivir y
alimentarse. Claro que no existe el brillo de las luces de los escaparates donde
se nutren las falsas ilusiones de poseer y atesorar, los grandes parques
comerciales donde pasear entre mil y un productos que jamás podremos comprar
pero que nos atraen como la miel a las moscas. Donde fantasear con ser un
cliente mas siendo un consumidor menos.
La gente sigue
atrapada por los destellos de las televisiones, donde los anuncios también te
mienten sobre tus posibilidades de consumir. Nos hacen creer que somos como esa
joven que, delgada y vestida a la última moda, nos muestra el coche mas
brillante y veloz del universo. O que bebiendo ese refresco seremos como aquel
muchacho que triunfa entre las chicas.
La publicidad y su
encantamiento nos alejan de nosotros mismos hasta límites impropios.
El post es como tú: sencillo,elegante, insuperable, pero, sobre todo, hondo, profundo, henchido de la sabiduría de quien todo por lo que ha pasado en la vida ha sido pensado y repensado hasta comprenderlo exhaustivamente.
ResponderEliminarYo también añoro con todas mis fuerzas aquella mi lejana niñez aldeana o, por lo menos, pueblerina en la que el tiempo, el día, era algo inmenso, casi interminable, en el que había tiempo para todo y todo era maravilloso de hacer aunque no lo supiéramos.
Ahora, cuando ya es demasiado tarde, al menos, para mí, me doy cuenta de que aquello era precisamente la felicidad no sé si por su absoluta carencia de todo.
He venido por aquí porque quería robarte la imagen de cabecera de este blog, para insertarla en mi post de hoy, pero creo que no lo he conseguido porque, como todo lo tuyo, es seguramente inexpropiable.
Un beso