Bitácora o cuaderno de aviso a navegantes, palabras para atravesar las turbulentas y oscuras aguas del desapacible Océano de la vida.
jueves, 25 de abril de 2013
martes, 2 de abril de 2013
El aguacate
Se trataba de plantar el aguacate, un arbolito que apenas alcanzaba un metro de altura en un rincón del jardín, junto a la huerta. Lo había traído de Madrid donde mi madre a partir del hueso de un fruto consumido había conseguido que germinara y alcanzara el porte para trasplantarlo a la tierra.
Todo comienza ahí, en la tierra de la que nos hemos ido apartando en aras de encontrar el maná de una ocupación en las muchas oficinas de las grandes ciudades. Una tarea que no nos manchara las manos y la frente de sudor, lejos del olor de los animales que durante tantos siglos nos acompañaron y nos dieron de comer.
Un trabajo sujeto a unos horarios rígidos, tan distintos de aquellos que gobiernan en el campo, por un salario menguante. Unas relaciones humanas superficiales, que inducen a la desconfianza y acaban confinando a las personas a una soledad mucho mas austera de la que impera en los pueblos, nos hicieron olvidar lo que es la libertad y el gozo de la naturaleza en comunidades a la medida de nuestros sueños menos ambiciosos pero mas reales.
La política de acoso y derribo del PP está alejando de los pueblos pequeños muchos servicios sociales, colegios, ambulatorios, alcaldes, etc. de forma que están fomentando que la gente se vaya a las ciudades. El ámbito rural no es rentable para los oligarcas de la función pública.
Sin embargo ahora que el desempleo aprieta y las necesidades son difíciles de colmar, los pueblos son la alternativa, donde la vida tiene otra cadencia y es mas barato vivir y alimentarse. Claro que no existe el brillo de las luces de los escaparates donde se nutren las falsas ilusiones de poseer y atesorar, los grandes parques comerciales donde pasear entre mil y un productos que jamás podremos comprar pero que nos atraen como la miel a las moscas. Donde fantasear con ser un cliente mas siendo un consumidor menos.
La gente sigue atrapada por los destellos de las televisiones, donde los anuncios también te mienten sobre tus posibilidades de consumir. Nos hacen creer que somos como esa joven que, delgada y vestida a la última moda, nos muestra el coche mas brillante y veloz del universo. O que bebiendo ese refresco seremos como aquel muchacho que triunfa entre las chicas.
La publicidad y su encantamiento nos alejan de nosotros mismos hasta límites impropios.
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