La tarde lucía el
color gris de la niebla mientras desdibujaba los contornos de los árboles a través del
ventanal. La humedad de la fina lluvia contribuía a dar una inquietante luz lechosa
al atardecer preñado de presagios "oscuros como la tumba donde yace mi amigo"
que se materializaron mas tarde en el descarrilamiento de un tren no muy lejos del lugar.
Las víctimas
superaron largamente la centena y las autoridades se aprestaron a buscar la
cabeza de turco que desviara la atención de la gente de su responsabilidad por
la ausencia de los dispositivos de seguridad que habrían podido evitar la
tragedia. La encontraron, como no, en la aterrorizada persona del maquinista
cuyo sentimiento de culpa podría haber resucitado a los muertos si estos
hubieran conectado con su espíritu.
La tarde desquiciada
fue perdiendo poco a poco su nombre para adentrarse en la densa oscuridad de la
noche templada. Otro día traerá nuevas víctimas y cabezas de turco al terrible
teatro de la vida. La niebla no jugó ningún papel, fué solo la excusa conveniente para dar testimonio de un acontecimiento brutal.
Paz para los
desaparecidos y bálsamo de esperanza para los demás.
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