Hace tiempo que quería traer aquí el post de un amigo,
José L. Palazón, y ahora he encontrado el momento.
Su verbo es excesivo, incisivo, crítico y con grandes dosis de humor, pero sobre todo es un erudito. Una perla.
El Índice de democracia (2010) es una clasificación que realiza el grupo económico británico The Economist,
de orientación liberal. Se basa en una puntuación de 0 a 10, teniendo
al país más cercano a 10 con un mejor desarrollo de esta forma de
gobierno que el más retirado.
Democracias plenas: 9 – 10 8 – 8,9Democracias defectuosas: 7 – 7,9 6 – 6,9 Sin datos
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Regímenes híbridos: 5 – 5,9 4 – 4,9Regímenes autoritarios: 3 – 3,9 2 – 2,9 0 – 1,9 |
Tenemos
que aprender de una puñetera vez, cómo están realmente las cosas si es
que vamos a intentar ponerles remedio, pero de verdad:
Quien crea de verdad que estamos en una democracia es que es un gilipollas de nacimiento y no tiene ninguna clase de remedio.
Democracia
viene del griego “demos”, pueblo, y “cratos”, poder, o sea que la
jodida democracia no significa otra cosa que el poder es ejercido por el
pueblo.
¿Os da o no el ataque de risa?
Se tiene que ser muy sinvergüenza cínico o muy gilipollas para admitir la veracidad de esta premisa.
Un
tipo nada sospechoso, Abraham Lincoln, quiso desmenuzar esta puñetera
definición y dijo aquello de que la democracia es el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
A mí me sigue dando la risa, porque ¿en qué puñetera parte de este jodido mundo se cumplen las premisas de Lincoln?
¿Dónde, coño, gobierna el pueblo?
-“Pero”-
se me dirá-“es que el pueblo no puede gobernar directamente por sí
mismo, porque no se puede estar organizando asambleas populares para
decidir lo que se hace en cada caso, hay forzosamente que delegar para
todas aquellas cuestiones que no sean absolutamente decisivas,
esenciales, la representación del pueblo en unos ciudadanos que sean
quienes decidan cotidianamente por ellos”.
Y, así, es cómo hemos llegado adonde estamos.
Porque
esos jodidos representantes elegidos por nosotros, en lugar de
mandatarios, o sea, de simples gestores de nuestros mandatos, se han
convertido ni más ni menos que en reyes, sí, coño, sí, reyes, cada uno
de ellos, o sea, que tenemos tantos jodidos reyes como diputados,
nacionales o comunitarios, y concejales, y así hasta el infinito, o sea,
que toda la puñetera baraja se nos ha convertido en reyes.
Y cada uno de estos reyezuelos se autoconsidera absolutamente todopoderoso y hace lo que le sale de los mismísimos cojones.
¿Entonces?
El remedio seguramente tendrían que ser los jueces. Oiga, por favor, no se rían.
Por
supuesto que sé, seguramente, mucho mejor que cada uno de ustedes, lo
que es y cómo actúa un juez porque me he pasado exactamente la mitad de
mi vida, 50 jodidos años, entre ellos, lo que es y cómo funciona un
juez.
Si
un jodido diputado o un puñetero concejal, que siempre tienen por
encima de ellos la insoportable posibilidad de que los joda, pero bien,
un juez, hacen lo que les da la real gana, ¿qué no hará un juez que,
según la Constitución, o sea, la Ley de Leyes, es por naturaleza
intocable?
Intocable.
Intangible. Incuestionable, si no es por otro puñetero juez y ya se
sabe: perro no come perro, es el famoso “qui custodit custodes”, ¿quién
vigila a los vigilantes”, aquella famosa discusión que ya sostuvieron
Sócrates y Platón, quizá los 2 más grandes pensadores que ha dado la
humanidad, y que el 2º resolvió, resignadamente, diciendo que a los
jueces sólo los pueden juzgar otros jueces. Coño.
Y así nos van las cosas.
En
nuestro país, los jueces son, con muy pocas excepciones, la rediviva
reencarnación de Franco, porque éste fue la jodida encarnación del poder
puro, seco, duro, pétreo, inapelable, lo que él decidía iba a misa y no
de cualquier manera, sino bajo palio, de la misma manera que sólo iba
el Dios de los ejércitos, dentro de una custodia y cuando ya estaba
consagrado.
Y
los jueces se extraen de una casta endogámica, tan cerrada, que ellos
sabrán cómo lo hacen pero no hay ningún juez que sea realmente
democrático porque esto va en contra de su propia naturaleza, un juez es
la culminación de la idea aristocrática, cada uno de ellos es el
“aristos”, el mejor, según los puñeteros griegos, y contra lo que dice
el mejor no hay más remedio que callarse, someterse, obedecer, ellos lo
llaman “acatar” y, antes, al que no cumplía con este sagrado
mandamiento, decían que cometía el delito de “desacato”, que, ahora, ha
desaparecido de los Código penales, pero es para disimular.
De
modo que ésta es la democracia que tenemos, un sistema, un régimen que
acaba acatando lo que, en última instancia, dicen los jueces, que son
tan democráticos o más que el propio Rey.
Y así nos van las cosas entre una casta de oligarcas y otra de aristócratas. Bien jodidos sí que estamos.